Publicado: Viernes, 24 Marzo 2023

En busca de la unidad

Desde la Tercera Probación en Sudáfrica 

Separación. Ruptura. Segregación. División. Desde el momento en que aterricé en Sudáfrica hace ahora unos meses, empecé a percibir que la imagen de reconciliación y unidad que traía conmigo estaba bastante lejos de la realidad. Los signos del apartheid, supuestamente superado con la nueva Constitución de 1994 y la presidencia de Nelson Mandela, todavía están muy presentes, muy vivos. Tuve que reconocer con un poco de desilusión que la película Invictus era solo eso, cine y ficción.

Noté la segregación por primera vez al pasear por la larga playa junto a la que se encuentra la comunidad de Tercera Probación. A un lado, gente blanca. Al otro, a unos quinientos metros de distancia, gente negra. En medio, algunos pescadores indios. Un día tras otro he visto cómo mantienen la distancia, cómo se alejan unos de otros. Lo mismo he percibido en la estructuras de las ciudades y los pueblos, en las tiendas y centros comerciales, en los parques, incluso en las iglesias. La Rainbow Nation (nación del arco iris), como se autodenomina esta república, tiene aún pendiente la integración de la rica diversidad de colores, lenguas, culturas y razas, como un signo de alianza para la paz y el bien común. Un poco como nos sucede en tantos aspectos en otros lugares del mundo. Y en mi fui apareciendo una pregunta: ¿por qué?

Durante el pasado mes de enero fui enviado a trabajar en Johannesburgo. Allí me sumé al equipo ignaciano que ofrece ejercicios espirituales adaptados en las distintas barriadas (townships). Me sorprendió mucho ver que las poblaciones todavía están segregadas por razas: aquí los negros que hablan zulú, allí los que hablan esotho, más allá los “mezclados” (coloured people), en esta parte los blancos y en aquel lugar, los indios. Separándolos, como cicatrices, las carreteras que construyó el apartheid para evitar el contacto. Distancias casi insalvables, prejuicios mutuos, heridas abiertas. En las muchas horas que pasé dedicado al acompañamiento escuché numerosas historias en las que la separación y la ruptura eran protagonistas. ¿Por qué?

De puertas para adentro, la convivencia en una comunidad jesuita realmente diversa e internacional, me ha planteado la misma cuestión. Cada día se presenta el reto de integrar lo diferente, de tejer las fuerzas dispersivas, de acoger creativamente los que nos diferencia y rescatar sin descanso lo esencial que nos vincula como seres humanos, como compañeros.

Los Ejercicios de Mes y una visita a la casa de Mahatma Gandhi cuando vivió en Sudáfrica, a unos pocos kilómetros de la Tercera Probación, me ayudaron a ver que quizá tenía que cambiar mi pregunta: no es tanto porqué, sino dónde se origina la brecha entre las personas, las culturas y los pueblos. Y es que hay siempre un apartheid latente en el corazón de cada ser humano. Pero en él también hay un deseo infinito de unidad siempre dispuesto a generar pequeños signos de reconciliación. Sudáfrica lo está intentando.

En esta escuela afectiva que es la Tercera Producción lo he comprendido mejor. Se trata de comenzar en mí mismo el camino de la unidad interior. Es en el propio corazón donde hunden sus raíces la separación, la ruptura, la segregación y la división. También ahí crece el anhelo insaciable de armonía. Gandhi lo expresó magistralmente en este lugar antes de regresar a la India: he de convertirme en el cambio que quiero ver en el mundo. Quizá por eso, San Ignacio lo señaló en la frase final de los Ejercicios.  Todo este camino consiste en “estar en uno con el amor divino” (EE 370). Eso es lo único verdaderamente invictus, invencible.

Alejandro Labajos sj

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