
Así vivimos el Jubileo de los Jóvenes: saciados de esperanza
Ocho días, cientos de miradas, miles de kilómetros y una misma esperanza: la que llevaban en el corazón los 700 jóvenes ignacianos que emprendieron esta peregrinación hasta Roma con el deseo de encontrar algo más que una experiencia: una respuesta, un sentido, la alegría de la fe y la universalidad de la Iglesia.
Si todos los caminos llevan a Roma, este dicho cobra ahora un nuevo sentido para estos jóvenes, compartido con lo que vivió San Ignacio. Una peregrinación hasta Pedro. Una respuesta a la invitación que el Papa Francisco lanzó en la JMJ de Lisboa y de la que León XIV ha recogido el testigo para recordar a los jóvenes la belleza de la amistad, de los vínculos auténticos y de la meta de la santidad.
Zaragoza fue el punto de partida desde el que enfocar el camino en clave peregrina e ignaciana. Al trabajo de acogida y el esfuerzo logístico —ante el que solo cabe el agradecimiento al Colegio del Salvador y sus voluntarios— se suma la certeza de sentirse acompañados por Dios en los detalles: en los mensajes de la liturgia, en la promesa de que “la esperanza no defrauda”, en la clave de vivir el Jubileo como el camino de una comunidad pero también de un pueblo de Dios e Iglesia peregrina del que formamos parte. Y poder ver, ahora con la perspectiva del tiempo, cómo se ha cumplido la promesa recibida en la Eucaristía en la Basílica del Pilar: “en lo pequeño se encierra lo más grande”.
Roma: la experiencia ignaciana en el corazón de la Iglesia
Tras el largo viaje en autobús, que ayuda a entender el sentido de la peregrinación, la ciudad eterna se abría para los jóvenes en clave ignaciana: celebrando la Eucaristía en el Gesú, en el encuentro con el Padre General Arturo Sosa SJ, la posterior Eucaristía festejando en su día señalado a San Ignacio, junto otros jóvenes ignacianos de todo el mundo en la fiesta internacional de MAG+S…
La experiencia sirvió para profundizar en la belleza y en la presencia real de Jesús y de los santos que, desde la comunión, sostienen y hacen la Compañía y la Iglesia. Dispuestos a compartir la alegría del encuentro con otros jóvenes y con Cristo, como peregrinos con el corazón abierto y un deseo rebelde de cambiar el mundo desde el Evangelio.
También atravesar la puerta santa, la oración ante la tumba del Papa Francisco, el encuentro penitencial o la misa en la Plaza de San Pedro con el resto de jóvenes españoles fueron momentos para experimentar la misericordia y la gracia de la fe, agradecer y fortalecer nuestro ser en la Iglesia y dar testimonio valiente de Jesús ante el mundo.
Tor Vergata: León XIV, la amistad y la esperanza
Todos los focos, todo el camino, todo lo vivido, apuntaba a la misma dirección: El encuentro con el Papa en Tor Vergata. La dureza del camino y del calor trajo en algún momento dudas, que no mancharon el espíritu de alegría y esperanza que inundaba al grupo, no solo por el encuentro con el Santo Padre, sino por lo que significa vivir en primera persona la universalidad de la Iglesia en una vigilia multitudinaria, junto a más de un millón de peregrinos de 146 países distintos.
No es casual que León XIV citara a San Juan Pablo II, con el mensaje que había dado allí mismo 25 años atrás, en la vigilia de una JMJ que quedó para la historia: “Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad”. El Papa también alertó del riesgo de las adicciones a las redes sociales, que nos convierten en “instrumentos de los algoritmos”. Pero, sobre todo, se recordará su apuesta por las amistades verdaderas, forjadas en Cristo, frente a la superficialidad del mundo digital como auténtico “camino para la paz”.
La vigilia continuó con la adoración eucarística, en la que tanto el Papa como el millón de peregrinos allí presentes, se arrodillaron ante el Santísimo. El silencio frente al ruido. Sin espectáculo, con presencia.
La misa jubilar en la mañana del domingo puso el broche a toda la peregrinación antes de iniciar el camino de vuelta a casa, con una invitación a calmar la sed de plenitud que solo Cristo puede saciar.
En este momento de la historia, esta juventud, esta generación, necesitaba un encuentro así. Una explosión de fe y esperanza que pueda prender al mundo el fuego del Evangelio. Que proponga una alternativa basada en el amor, el compromiso alegre, el agradecimiento y la confianza en Cristo resucitado. Con la esperanza de que Él es la respuesta a la búsqueda de la felicidad, y de la que todos son testigos. Una llamada a la que ahora toca corresponder con la vida, en el amar y en el servir, para dar mayor gloria a Dios.